Nota: seguramente estos texto sean inconsistentes, desequilibrados,
inconformes, pero el misterio que emana
de un simple límite (el borde de la mesa, una costura olvidada, la orilla
carcomida de un baúl antiguo…) me hizo desencadenar, casi hipnóticamente,
este cúmulo de palabras sin sentido. Una orilla desmantelada alberga, tantos
vestigios, tantos roces pasados que se liberan arrastrándote hacia ellos, hacia
una pequeña hendija casi imperceptible.
YO
***
Aquel doblez impreciso en la curvatura eriza los
poros, hurta la piel, es prejuicioso, cada figurilla se desdobla impaciente, va
deslizándose por la silueta nublada, espeso; el doblez llega a su punto o
quizás a su muerte, pasa días inmóvil esperando el momento para recobrarse, rápidamente se humedece por el calor del
espacio circular, y muere en la
conglomeración, entre otros dobleces, perfumados, tibios, inconfundibles…
***
Soy en la penumbra en el revés de la página, en el
libro olvidado sosteniendo el polvo. El tiempo es inseguro, frágil, quebradizo
en el cuerpo, en el abrir y cerrar de la puerta. Hilvano la superficie
agrietada, me sostengo en el filo cortante de la sábana, en la tierra infértil,
huidiza… soy reinventado, penetrante, cúpula inmóvil… soy piedra amorfa
mutilada por la erosión salina, me ato a la carne que levita en lo informe en
el pensamiento que tiembla en lo hondo…
Elasticidad de un
espacio cercado
Ana se levanta con
lentitud, se mira en el espejo, se ajusta la cabellera, despeja su frente pálida, llena de vórtices; toma asiento
lentamente, la silla dispuesta, el aire resignado…. ¿Cómo deslizar el lápiz?... piensa en palabras, palabras no conglomeradas…
¿letra imprenta o cursiva?...
palabras lentas, con sabor. Ana toma cada extremo de la hoja… ¿Cómo afirmar el doblez? … debe oler, degustar cada
sentido, cada punto… punto y aparte,
punto y seguido, puntos suspensivos, el punto gravitante de la “i”… toma el
sobre rugoso, delineado por una vaga sombra amarilla. Ana dobla la
hoja espaciosamente, la introduce... se
desborda el hálito contenido… se vuelve a retocar, pero esta vez se esmera
en sus cejas tan dispersas y profundas como el polvo que cae dentro de imperceptibles hendijas. Toma la
carta y con un soplo la envía hacia recónditos espacios, espacios
rectangulares, oblicuos, trazados por una curvatura indecisa… cada palabra,
cada sentido se esparce llenando vacíos, formando ataduras… Ana se
reduce, es íntimo espacio… el escritorio,
la silla, las hojas, el lápiz… zona aglomerada, cercada por la
tibieza del cuerpo, de palabras, de connotaciones efímeras… espacio que se
afirma cada vez que Ana se sienta con todo su espesor.
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